Artículo publicado en abril 2015 en la revista Identidad Monte Sinai.
La Música Judeo-Árabe: Patrimonio Cultural del Pueblo Judío
Nuestra identidad judía siria está hecha de impresiones:sabores, olores, sonidos, comidas festivas, ritos y plegarias, anécdotas e historias familiares. Es una identidad que hemos sabido cuidar y mantener, y que día a día sigue dando a las nuevas generaciones un marco de referencia y un hermoso sentido de pertenencia.
Y sí, esto es común a las dos instituciones judías de origen sirio que hay en nuestro país: Monte Sinai y Maguen David. En otras comunidades judías de origen árabe --marroquíes, iraquíes, yemenitas, egipcias-- desde Buenos Aires hasta Montreal, y desde Manchester hasta Jerusalem, sucede lo mismo: los aromas y sonidos tradicionales forman parte de un vasto y diverso legado cultural.
Por ejemplo, si tuviera que describir la experiencia halebi-shami de ir al knis un sábado por la mañana, diría que esa experiencia huele a mazahar, el dulce perfume de azahar que los señores desparraman generosamente en una infinidad de manos. Y diría que suena como el bello canto Shir Agid La El dar Hebyon, que se entona cuando salen los Sefarim en las mañanas de Shabat; un canto que modula hacia tres líneas melódicas interrelacionadas, bellísimas.
Más que otra cosa, son estas impresiones las que contienen la esencia de nuestra identidad como comunidad.
Pero por más preservadas que estén estas tradiciones, hay cosas que cambian.El mundo de hoy es totalmente distinto al de 1970 o al de la época de la Colonia Roma. Y los judíos sirios de hoy somos muy diferentes a los que vivían en Damasco y Alepo en el siglo XVI o en el XIX, por ejemplo.
Los tiempos cambian, y éstos son cada vez más rápidos. En este torbellino de la modernidad, hay verdaderos tesoros de nuestra cultura que pueden perderse si no nos damos cuenta. Me refiero específicamente a las tradiciones musicales de los pizmonim, piyutim y bakashot. En otras palabras, la dimensión musical de nuestra religiosidad.
Los pizmonim y piyutim son poemas sagrados que se agregan a la liturgia tradicional, para recitarse cantados. Y los bakashot son un antiguo repertorio de plegarias, que antaño se acostumbraba cantar en las madrugadas de Shabat.
Los orígenes musicológicos de estas canciones son multifacéticos. Sus raíces están en la música árabe-andaluza del Medievo, los poemas religiosos de Sefarad, la música clásica árabe-siria y la canción tradicional turca. Ya en el siglo XX, los pizmonim y piyutim fueron influenciados por los grandes de la música árabe: Mohammed Abdel Wahab, Om Kalthoum, Farid el-Atrash y otros. El resultado es un sonido típicamente judeo-árabe.
La realidad es que, afortunadamente, estos géneros musicales no están en peligro de extinción. Se siguen cantando y entonando todas las semanas y a lo largo del año en todos nuestros templos. Tal vez la excepción serían los bakashot… pocos templos hoy guardan la costumbre sabatina de llegar antes del amanecer para cantar estas melodías.
Pero lo que sí está en peligro de perderse es la comprensión de esta tradición musical. ¿Por qué cambian las tonadas de semana a semana? ¿Cuáles son las raíces de los makams (marcos tonales) que forman estas canciones? ¿Quién compuso nuestros pizmonim favoritos, y desde cuándo se cantan?
Por ejemplo, pocos saben que la conocidísima tonada de Et Shaaré Ratzón (de Rosh Hashaná) tiene más de 600 años y es original de la España medieval. O que el orden canónico de nuestros cantos de Fiestas Mayores proviene, en gran medida, de un libro publicado en Venecia en el año 1560, con el título de “Mahzor Aram Soba”, y cuyo uso se expandió desde Alepo hacia Damasco, Bagdad y otras ciudades del mundo árabe.
Otra cosa que se está perdiendo es la accesibilidad para que todos (incluyendo a las mujeres) participen libremente en estos cantos. Porque antes no sólo se entonaban en el templo, sino en las casas durante las comidas y cenas de Shabat y fiestas. Hoy muy pocos continúan haciendo esto en sus casas. Y es que, parte del placer que provoca esta música, es la experiencia colectiva espontánea de cantarla.
Si conoces el pizmón Lama Haketz, sabes lo hermoso que es su ritmo pausado; cómo te envuelve en una evocación misteriosa y mística. Y los que hayan escuchado el magnífico pizmón Atá el Kabir --desde su taksim (preludio con vocalización improvisada), hasta su espléndido desenlace-- estarán de acuerdo conmigo en que el placer que provoca cantarlo, literalmente cura cualquier depresión.
Hoy en día, los únicos que conocen bien el universo de nuestra música sagrada son los jazanim, quienes reciben una formación completa, tanto del sustento histórico y religioso de los cantos, como de su correcta interpretación. Ellos y unos cuantos aficionados que asisten regularmente al knis; es por su mérito que esta tradición sigue vigente.
En Israel las cosas son diferentes. El Estado Judío, en sus primeros años, exhortaba a sus ciudadanos a que se despojaran, de alguna forma, de sus referentes culturales que los atara al pasado diaspórico. Muchos de los primeros pobladores se cambiaron el apellido, adoptando nombres y apelaciones hebreas, y el yiddish comenzó a ser visto con descrédito. Eran reliquias de una Diáspora y una historia repleta de opresión y humillación. Ser israelí implicaba crear un nueva narrativa, un nuevo judío, orgulloso y arraigado, empoderado para defenderse y con un proyecto vigoroso de nación. En este sentido, la música antigua y tradicional (tanto sefaradí como ashkenazí) también cayó en el desuso, cediendo lugar a los himnos sionistas, todas esas canciones laboristas y militantes de los años 40, 50 y 60.
Pero además, la música tradicional de los mizrahim era percibida por la sociedad israelí como “desagradable”, “ordinaria” o “atrasada”. Sonaba demasiado “árabe” para las sensibilidades modernas y progresistas del nuevo israelí. Obviamente, esta apreciación estaba basada en el prejuicio y sí, en un cierto racismo que afectó sistemáticamente a todos los israelíes de origen sefaradí-mizrahí durante décadas.
En los años 70 y 80, la música mizrahí israelí, segregada y menospreciada, evolucionó hacia un nuevo género, un tanto desafortunado en mi opinión: el pop-mizrahí. Ésta era la música del souk, la música del barrio bajo, similar a la cumbia aquí en México.
En los últimos años la sociedad israelí ha ido cambiando. De unos 10 ó 15 años a la fecha, lo judeo árabe está “de moda” en Israel, y las nuevas generaciones hoy buscan rescatar todas esas expresiones culturales de los inmigrantes que llegaron de Siria, Libia, Marruecos o Irak. Lo vemos en la nueva gastronomía israelí, lo vemos en su diseño de modas, en su arte y en su literatura.
Y lo vemos en su música. Es larguísima la lista de jóvenes músicos israelíes que están recuperando las canciones judeo árabe de sus abuelos y bisabuelos. Trabajando conjuntamente con músicos árabes y palestinos, estos jóvenes talentos están reinterpretando estos pizmonim y piyutimcon novedosos arreglos, muchas veces llevándolos a nuevos géneros… desde el rock, el jazz, los ritmos latinos, hasta la música de concierto.
Aquí en México, aunque todos podemos ir al templo y acercarnos a esta tradición, la realidad es que es una lástima que esta maravillosa colección musical esté fuera de la vida cotidiana de la mayoría de nosotros.
Y lo cierto es que aquí hay un área de oportunidad para que la comunidad emprenda proyectos de preservación de esta música. Esta iniciativa podría consistir, antes que nada, en una documentación en audio: grabar una serie de discos, producidos de manera profesional, con la participación de jazanim de primer nivel, acompañamiento musical árabe de buen gusto, y una dirección musical de calidad. También se podría hacer una documentación literaria: editar y publicar un libro que complemente las grabaciones, con una investigación de la historia de esta música, incluyendo datos religiosos y musicológicos. Y finalmente, se puede impulsar aún más la experiencia y el conocimiento de esta tradición, por medio de cursos y sesiones de apreciación y celebración.
Esto pondrá a nuestros pizmonim, con su letra, su música, y su historia, al alcance de todos. Porque no sólo es la música de los abuelos y tatarabuelos, sino también --y especialmente-- es la música de tus nietos y tus tataranietos. Es su derecho y su herencia.
Canciones tan hermosas como Yajid Nora Néfesh Kol Jay deben estar al alcance para que todas y todos la canten y la disfruten. Si la conoces, sabes que es simplemente maravillosa. ¿Por qué negarte –y negarle a las futuras generaciones-- esa alegría?
Nuestros pizmonim son verdaderos tesoros que hay que valorar, cuidar, disfrutar y preservar.