Artículo publicado en agosto 2014, en el periódico Monte Sinai, en Diario Judío, y en el blog de la Embajada de Israel en México.
Por qué Israel debe ganar
Emilio Betech R.
A finales de junio pasado, aterricé en el aeropuerto Ben Gurión de Tel Aviv. Como es normal, la emoción por estar de nuevo en Israel logró despertarme del letargo causado por el largo viaje. Al esperar mi turno para pasar migración, me encontré con otras personas que, como yo, llegaban para asistir al Jewish Media Summit, un encuentro de personas de todo el mundo vinculadas a la prensa y la comunicación judía.
Al día siguiente, el evento -organizado por distintas entidades del gobierno israelí- comenzó con una plática entre el entonces Presidente Shimon Peres y el periodista David Horovitz, de The Times of Israel. Acto seguido, el Primer Ministro Binyamin Netanyahu llegó para dar su mensaje de bienvenida.
El país se encontraba en plena crisis. “Van 9 días desde que tres adolescentes fueron secuestrados por Hamas, un enemigo que no distingue entre adultos o niños”, dijo Netanyahu. Ese tema ominoso marcó el tono de las distintas actividades que viviríamos en los siguientes 4 días que duró el encuentro. Nunca nos imaginamos a lo que habría de llegar.
Dentro del programa de actividades, los representantes de 25 países tuvimos la oportunidad de escuchar y dialogar con periodistas israelíes y especialistas en temas de seguridad nacional, antisemitismo, desarrollo económico, turismo y mucho más. Pudimos visitar empresas donde se está gestando gran innovación, las excavaciones del antiguo Palacio del Rey David, y hasta la primera ciudad hi-tech planificada por palestinos en Cisjordania, misma que representa una nueva alternativa de convivencia y colaboración entre Israel y emprendedores palestinos.
Fuimos también a la parada de autobús en Gush Etzion, donde los jóvenes Naftali Fraenkel, Gilad Shaer y Eyal Yifrah fueron privados de su libertad por terroristas de Hamas. El sitio estaba lleno de carteles y letreros de simpatía y solidaridad, enviados por la población israelí, y desde los cuatro rincones del planeta. Una parada de autobús sin mayor trascendencia, pero que se había vuelto la “zona cero” para lo que sería uno de los peores conflictos entre Israel y sus enemigos.
El 28 de junio, uno de los tantos cohetes que Hamas lanza desde Gaza al sur de Israel cayó en una fábrica de pinturas en Sderot, ocasionando una gran explosión. Sin duda una provocación más en ese clima de creciente hostilidad. Para el 30 de junio, día en que regresé a México, los medios anunciaban que habían sido encontrados los cuerpos sin vida de los tres jóvenes.
Ahí comenzó la escalada de sucesos que todos hemos seguido en los noticieros y en nuestras redes sociales: la respuesta por parte de Israel para encontrar a los responsables de los secuestros, la creciente intensidad y cantidad de cohetes y misiles lanzados hacia ciudades israelíes, el asesinato del joven árabe Mohammad Abu Khieder, cohetes de Hamas que ya llegaban hasta Tel Aviv y Haifa, la incursión en tierra de las Fuerzas de Defensa Israelí, y los repetidos intentos de cese al fuego que tarde o temprano eran siempre violentados por Hamas . El resultado: una brutal guerra para erradicar al liderazgo de Hamas y reducir significativamente su capacidad para continuar provocando a Israel con cohetes, misiles, secuestros y ataques contra la población civil. La cantidad de cohetes lanzados desde que Israel desocupó Gaza en el 2005 superaba ya los 11,000, todos dirigidos a blancos urbanos y civiles.
Mucho se ha hablado sobre la táctica y la operación en sí, y es algo que se sale del enfoque de este texto, pero es importante señalar las distintas implicaciones geopolíticas de este conflicto: qué papel juega Hamas vs la Autoridad Palestina, el rol de Qatar, Irán y Egipto, la poca o mucha capacidad de precisión del ejército israelí para evitar las pérdidas de civiles en Gaza, el modus operandi de Hamas de almacenar y disparar cohetes en casas, mezquitas, hospitales y escuelas (incluida una operada por la ONU), la infraestructura de defensa israelí, y muchas cuestiones más. En fin, la realidad es que la complejidad de la situación supera esta reseña. Y la cantidad de víctimas inocentes de ambos lados nos recuerdan que esto es algo real, más allá de cualquier ideología: todas son una desgracia y una tragedia.
LAS REACCIONES
Lo que sí supera toda expectativa es la cantidad de expresiones antisemitas que se han desatado como consecuencia de la situación. Y me parece importante recalcar que, ni los judíos ni Israel provocamos el antisemitismo. El que nos odia, lo hace independientemente de lo que hagamos o dejemos de hacer. Pero lo que sí es un hecho es que estas situaciones de crisis e indignación destapan las cloacas del odio reprimido y le prestan una especie de justificación perversa.
Las reacciones se manifiestan en una indignación selectiva, en coberturas mediáticas tendenciosas y engañosas, y en expresiones de odio y violencia francamente sorprendentes. El anonimato de las redes sociales permite que se multipliquen mensajes como #HitlerWasRight, por ejemplo. Mandatarios haciendo afirmaciones irresponsables, como el ahora presidente turco Recep Tayyip Erdogan quien arengó que Israel se estaba comportando “peor que Hitler”. Celebridades como Penélope Cruz, Javier Bardem y Pedro Almodóvar firmando declaraciones acusando a Israel de cometer “genocidio”. O el filósofo italiano Gianni Vattimo diciendo que “me gustaría ver más israelíes muertos, me gustaría dispararle a esos malditos sionistas, deberíamos donar dinero a Hamas para que compre más cohetes”. O el dramaturgo español Antonio Gala, quien publicó una editorial en El Mundo, diciendo que “con razón los judíos han sido tan odiados desde siempre”.
La lista podría seguir, lamentablemente.
¿ANTISIONISTA?
Uno de las falacias en todo esto es el supuesto antisionismo. “Yo no soy antisemita, sólo soy antisionista”, exclaman. Pero ese estribillo exhibe, no sólo una total incomprensión de lo que significan el sionismo y el antisemitismo, sino también una manifiesta estupidez.
Muchos equiparan, erróneamente, el antisionismo con una oposición a las políticas del gobierno actual israelí. Pero la misma sociedad israelí es políticamente muy diversa, y grandes sectores de la población se oponen siempre a determinadas políticas del gobierno, como sucede en cualquier país libre. No, ser antisionista es mucho más que eso. Ser antisionista es decir que los judíos son el único pueblo sin derecho a su autodeterminación, y ésa es una postura discriminatoria y antijudía.
En 1960 el escritor austriaco Jean Amery, sobreviviente de Auschwitz, dijo: “El antisionismo contiene antisemitismo como una nube contiene a la tormenta.” Para los antisemitas de la era moderna, identificarse como tal es de mal gusto, así que se escudan en un supuesto interés por el pueblo palestino para canalizar así su odio al pueblo judío, poniéndole la etiqueta de moda, la etiqueta políticamente correcta: “sólo soy antisionista”.
El antisemita de antaño veía al judío como el causante de todos los males de la sociedad, y el antisionista de hoy ve a Israel (y a los sionistas) como el problema mayor del planeta. No hay diferencia. Israel es el judío de los países, así que cuando el antisionista busca deslegitimarlo, satanizarlo, o juzgarlo con estándares que luego no aplica con otros países, entonces se vuelve evidente que el antisionismo es antisemitismo.
Cuando los “inofensivos” antisionistas pretenden ultrajar la dignidad del Estado Judío, acusándolo de ser “peor que la Alemania nazi”, o cuando se le calumnia con cargos de “genocida”, “apartheid”, y “exterminio”, cuando se busca el boicot de instituciones y empresas israelíes (pero guardando silencio ante países antidemocráticos como Siria, Pakistán o Cuba), cuando se afirma que el “lobby judío israelí” controla y subyuga a la prensa y a gobiernos enteros… todo eso es antisemitismo clásico, sin ninguna duda.
EXPLICANDO LO INEXPLICABLE
El mundo en el que vivimos es un lugar oscuro. Por donde volteamos, encontramos violencia e injusticia: el terrible campo de concentración llamado Corea del Norte, las espantosas masacres perpetradas cada año en el Congo, Somalia o Nigeria, el asesinato de cientos de miles en Siria, la atroz violencia contra cristianos y yazidis en Irak, las más de 120,000 personas muertas en nuestro país por el crimen organizado.
Pero el mundo ha decidido agarrársela contra Israel, uno de los países más libres y democráticos. De hecho, Israel es el único país en todo el mundo al que se le intenta deslegitimar de manera permanente, y al que se le amenaza con aniquilación y exterminio.
La realidad es que no existe una respuesta racional para tratar de explicar esto. No hay una razón lógica que justifique la obsesión y fijación que muchos tienen para con Israel. Habiendo más de 50 países islámicos pero solo un estado judío, y siendo éste más pequeño que El Salvador, ¿por qué a tanta gente le indigna tanto su existencia?
Siendo un país tan exitoso, con valores humanistas, con una prensa libre, donde las mujeres y las minorías gozan de igualdad de derechos, donde existen instituciones democráticas independientes al gobierno, ¿por qué tantos progresistas se la viven atacándolo? Más aún, ¿por qué lo atacan mientras guardan silencio ante países dictatoriales, persecutores y tiránicos?
La única respuesta es que Israel es un estado judío.
Ahora bien, vayamos un paso más: ¿por qué el odio a los judíos? ¿Por qué el odio a Israel, que es el judío entre las naciones?
Se han escrito infinidad de páginas tratando de explicar el fenómeno del antisemitismo. Desde la antigua acusación de deicidio por parte de la Iglesia Católica, pasando por todas las acusaciones y calumnias (raciales, económicas o conspiratoriales) que han dado forma al antisemitismo como lo conocemos hoy, lo cierto es que, así como el antisionismo, el antisemitismo es, por naturaleza, un odio irracional.
Pero la realidad es ésta: los judíos formamos parte de un pueblo absolutamente excepcional. Ésta no es una expresión de supremacía nacional o de chauvinismo tribal, es una verdad histórica. Ser excepcional no significa ser mejor, significa ser único, estar fuera de la norma.
Los judíos –e Israel como estado judío- hemos logrado no sólo sobrevivir a pesar de las persecuciones y los holocaustos, sino destacar de manera rotunda. Los judíos hemos contribuido a la civilización occidental como ningún otro pueblo: empezando por el libro más influyente de todos los tiempos: la Biblia. Del pueblo judío han salido las figuras más transformacionales de la humanidad: Moisés, Jesús, Pablo, Marx, Freud, Einstein. Además, fuimos los primeros en proponer leyes religiosas que se destacaban por su compasión. Mientras otras naciones realizaban sacrificios humanos, o adoraban a constelaciones de dioses que se comportaban con lujuria, envidia y maldad, los judíos santificaron principios humanistas como el respeto a los padres, la dignidad de todo ser humano, la libertad de acción y de conciencia, el trato benigno a los animales, el comercio justo, la correcta impartición de justicia y el amor al prójimo. Los judíos hemos sido excepcionales, desde los primeros años de nuestra Historia, hasta los más recientes logros del Estado de Israel en el ámbito de la tecnología, la innovación, la agricultura, la ciencia, la medicina; logros que no tienen comparación remota en ninguna otra nación del mundo.
El pueblo judío, diminuto en números, perseguido y exiliado; y el moderno Israel, pequeño en territorio, acosado y violentado, hemos vencido todas las adversidades a los que nos hemos enfrentado; y no sólo eso, sino que hemos marcado la pauta del devenir histórico para el resto del mundo. No sorprende, pues, que un pueblo tan excepcional pueda despertar un odio tan excepcional por parte de tantos mediocres.
EL PROBLEMA ES URGENTE
Todo esto podría quedarse en un simple artículo, en una mera discusión teórica. Pero la realidad nos supera. El nivel de violencia y discriminación antisemita que estamos presenciando es verdaderamente alarmante.
La revista Newsweek recientemente dedicó su portada a lo que llamó el “nuevo éxodo”: la fuga de los judíos de Europa, en su intento por escapar del odio y la persecución. El artículo reporta que el antisemitismo va en aumento en todo el continente. Este julio pasado se reportaron más de 100 incidentes antisemitas, tan solo en Gran Bretaña, (el doble de lo habitual). En Malmo, la tercera ciudad más grande de Suecia, los ataques antisemitas se triplicaron entre el 2010 y el 2012; ese año una bomba explotó en el centro comunitario judío de la localidad. En Bélgica, un restaurantero colocó un aviso en su negocio diciendo que “los perros son bienvenidos, los judíos no”.
Casos como éstos son sólo una muestra. Hay muchos, muchísimos más. Pero esta ola de odio ya tiene tiempo, y no es sólo por lo que sucede en Gaza. El ataque a la escuela judía en Toulouse en el 2012, y el fenómeno masivo de la quenelle, un saludo cuasi-hitleriano popularizado por el cómico antisemita Dieudonne, son sólo algunos antecedentes. En mayo de este año vimos cómo un individuo disparó un fusil de asalto en el Museo Judío de Bruselas, asesinando a cuatro personas. Al día siguiente, el mundo fue testigo de cómo los partidos de extrema derecha de Francia, Alemania, Grecia y Hungría ganaban terreno en el parlamento europeo.
Los judíos en Europa no se sienten seguros, temiendo salir a la calle con una kipá o algún otro elemento que los identifique como judíos. En prácticamente todo el continente se están viendo manifestaciones pro-palestinas en las que se vociferan lemas como “¡judíos a las cámaras de gas!” En entrevista para el periódico The Guardian, Dieter Graumann, presidente del Consejo Central Judío de Alemania, dijo: “Estamos viviendo los peores momentos desde la era nazi”.
Y no sólo en Europa. El 6 de agosto un camión escolar de la red judía de Sydney, Australia fue acosado por una pandilla de ocho adolescentes, quienes ocuparon el vehículo gritando “Heil Hitler” y “matemos a los judíos”, mientras amenazaban a los niños de muerte.
Todas estas víctimas son atacadas, no por ser sionistas, o porque apoyen al gobierno de Netanyahu, sino por ser judíos, simple y llanamente. Para muchos, la oposición a la guerra contra Hamas es el pretexto perfecto para sacar a relucir sus odios ocultos. Y es un odio que se está manifestando en discriminación, criminalidad, violencia e incitación genocida. En palabras de Vladimir Sloutsker, presidente de IJC, el Congreso Judío Israelí, “Ésta es una situación de S.O.S”.
EL IMPERATIVO MORAL
Hace un par de años, como conductor de “El Aleph, la Voz Judía de la Radio”, me tocó grabar unos promocionales de fin de año para Radio Red. Teníamos que decir, en 20 segundos, cuál era nuestro mayor deseo para el año que estaba por comenzar. En el spot, dije que mi deseo era que el bien siempre venza sobre el mal y que, añadí, ojalá nunca nos falte el sentido común para saber distinguir cuál es cuál.
Al parecer, éste es un deseo incumplido, porque hoy veo al mundo profundamente confundido en este tema básico de orientación moral.
Dice el comentarista estadounidense Dennis Prager, que tu posición personal hacia Israel es, por sí misma, un parámetro de tu brújula moral. Cuando vemos que un país libre, progresista y democrático se enfrenta a una entidad racista, terrorista, misógina, opresora, fanática y teocrática, y los progresistas arremeten contra el estado libre, a la vez que apoyan o minimizan los crímenes de la teocracia, hay una gran equivocación moral.
Es cierto que criticar a Israel no es equivalente a apoyar a Hamas. Pero cuando estos críticos acusan a Israel de ser un “estado genocida”, ignorando el hecho de que la definición jurídica internacional de genocidio (“actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”) no aplica a las acciones del Estado Judío, e ignorando aún la explícitas e inequívocas intenciones genocidas en la Carta Fundacional de Hamas, entonces estos críticos otorgan, por omisión o por hipocresía, su apoyo a Hamas.
Cuando la izquierda internacional, que se identifica como progresista, feminista, liberal y derechohumanista, decide unir su estandarte al del islamismo misógino, antiliberal y absolutista, hay un contrasentido de monstruosa temeridad.
Si te consideras un progresista y crees en el derecho de libre protesta y expresión, si te dices defensor de las mujeres y las minorías sexuales, si consideras que la religión debe estar divorciada de la política, si crees en los derechos civiles y en los derechos humanos, harías bien en cuestionarte qué posición tomas en esta guerra entre Israel y Hamas.
Porque ésta es no solo una guerra militar, es un enfrentamiento ideológico, y el posicionamiento que tomes al respecto dirá mucho de quién eres.
Pero Israel tiene que vencer estos obstáculos. Tiene que lograr que su mensaje y su posición lleguen a todos los medios y en todas las lenguas y en todas las redes de comunicación. Debe hacer valer su posición moral en la diplomacia internacional y en las Naciones Unidas, en la prensa y en las calles. Debe marcar bien el contraste entre su ética militar y humanitaria, y la engañosa propaganda de Hamas, que se beneficia mediáticamente de la muerte de sus propios ciudadanos. Un comentarista recientemente describió la situación diciendo que Israel se conforma con ganar la batalla militar, aunque eso implique perder la batalla mediática; mientras que Hamas actúa exactamente al inverso.
Y sí, el mundo está confundido. Y cuando hay un vacío moral, gana la mentira y la propaganda. Pero no nos engañemos: lo único que separa a los ciudadanos israelíes del espantoso destino sufrido por los cristianos y yazidis en Irak, por ejemplo, es su capacidad para defenderse. Los israelíes lo entienden bien, han visto la oscura y sangrienta cara del islam radical de frente. ¿Lo entenderá Barack Obama? ¿Lo entiende el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas? ¿Lo entiende la prensa? ¿O será que, más bien, se niegan a entenderlo?
El filósofo estadounidense Eric Hoffer publicó una editorial en 1968, después de la Guerra de los Seis Días. En ese texto, que el Wall Street Journal consideró lo suficientemente relevante para publicar de nuevo el pasado 30 de julio, Hoffer explicaba que los judíos estamos solos en el mundo, y que Israel no podía darse el lujo de una derrota. El mundo libre vive “al pendiente de Israel, más que Israel está al pendiente de nosotros”, escribió. Las últimas líneas de su editorial dejaron asombrados a los lectores de 1968: “Como le vaya a Israel, así nos irá a todos. Si Israel desaparece, el Holocausto se nos vendrá encima a todos nosotros.”
Israel es el frente donde se pelea la libertad y la dignidad. En sus enfrentamientos contra los enemigos de la paz, Israel defiende sus valores humanistas, su enorme sentido de construcción e innovación, y la bandera de la democracia. Contra los cultos fanáticos de muerte y suicidio, Israel pelea por su amor a la vida. Ante la jihad, Israel afirma los principios judíos que son la base de nuestra civilización. Y es que Israel es vanguardia también en esto, pues su lucha es la lucha del mundo libre.
Los terribles sucesos de los últimos meses, en Israel, en Gaza y en las calles del mundo, en las redes sociales y en la prensa internacional; todos estos vergonzosos efectos de la gran confusión moral de nuestro tiempo, demuestran que la aterradora premonición de Hoffer sigue siendo vigente.